14 Nov Vínculos afectivos en las clases online de ELE
En una sociedad en la que las relaciones sociales se ven influidas directamente por la tecnología (cada vez hablamos más por Whatsapp que por teléfono, nos comunicamos con personas que se encuentran a miles de kilómetros de distancia, podemos contactar a personas famosas a través de Twitter), muchas y muy famosas distopías arropan diferentes hipótesis futuristas relacionadas con el mal uso de la tecnología, por ejemplo, en la que las máquinas hacen todo el trabajo para los hombres pasen a depender de ellas (me viene a la cabeza la máquina del tiempo de H.G. Wells o Yo robot de Asimov, y alguna serie más actual del tipo Black Mirror).
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Las clases de idiomas no escapan a este panorama, puesto desde hace años las clases virtuales son un hecho, y no sólo eso, a nadie se le escapa que el uso de las TIC se está implantando y gracias al esfuerzo de muchas personas, su aplicación a las clases online de ELE es cada vez más efectiva y significativa. En esta entrada me centraré en mi experiencia personal con las clases virtuales de español.
Todo empezó de una manera un tanto forzosa al poco tiempo de acreditarme como profesor de ELE. Tenía una estudiante rusa, María, profesora de inglés y de ruso, que se mudaba a Alemania por cuestiones profesionales. Habíamos creado un vínculo muy fuerte y estaba decidida a continuar con sus clases de español. Para mí fue bastante raro, ya que fue ella quien me propuso que siguiéramos las clases por Skype y me animó a hacerlo. Debo reconocer que al principio me causaba cierta ansiedad colocarme ante la pantalla para hacer la clase; había perdido mi hábitat natural, el entorno en el que yo me encontraba seguro: mi aula física. Sin embargo, acepté el reto e hicimos clases durante varios años. Al principio era algo raro pero fui desarrollando estrategias docentes virtuales hasta que descubrí el método flipped classroom, el cual se convirtió desde entonces en un gran aliado y compañero.
Esta experiencia en el contexto docente online me llevó a hacer más clases virtuales en LAE Madrid, durante mi época como profesor de español. Fue en ese momento cuando entré en contacto con Eddie, un estudiante de San Francisco. El caso de Eddie es muy especial porque a pesar de no haber coincidido nunca físicamente en el mismo espacio, o nunca habernos dado la mano, nos conocemos perfectamente. Nos hemos acompañado en momentos complicados de nuestra vida, y tal vez por la facilidad que se tiene para hablar de ciertas cosas con las personas que conocemos menos, las preguntas abiertas de la sesión traían experiencias personales y opiniones muy sinceras al aula.
Por la propia morfología de una clase privada, los intereses del alumno determinan el objetivo de la sesión, de ahí que cada tema que despertaba la curiosidad de mi estudiante-amigo pasara a ocupar el lenguaje objetivo de las siguientes sesiones. He de decir que Eddie siempre ha sido una persona muy curiosa y amante de lo desconocido, por lo que hemos hablado de absolutamente todo: desde la actualidad política de España hasta los problemas de una pareja, pasando por la historia del béisbol (él es un gran fan de los Dodgers), mis vacaciones en Tailandia, o las suyas en Argentina.
Llegamos a un grado de cotidianidad que ya no tengo con mis propios amigos. “La vida pasa y cada uno elige su camino” es una especie de mantra que repetimos el grupo de amigos de toda la vida cuando conseguimos reunirnos. Sin embargo, con Eddie sí he mantenido esa cotidianidad, sí que he compartido muchos cafés después de comer charlando sobre un pequeño vídeo o un artículo de periódico sobre el que él había trabajado previamente.
Quizá por mi edad (voy a cumplir 34 en diciembre), o por la cultura hispana en la que me he criado, para mí el contacto tiene un papel principal en las relaciones humanas y por eso no deja de sorprenderme que se pueda llegar a conocer tan a fondo a una persona sin haberla tocado nunca. Crear un vínculo tan complejo, honesto y real a través de una clase de ELE es relativamente frecuente, pero hacerlo estando yo en Madrid y él en San Francisco es algo para lo que podría buscar muchos adjetivos pero me quedo con que simplemente es especial. Tanto es así que cuando nació el primer hijo de Eddie, nos envió una postal con el nombre, el peso y la medida del pequeño. Cuando me mudé de casa le hice un tour guiado por cada una de las habitaciones, nos llamamos o nos escribimos por Navidad, año nuevo, por nuestros cumpleaños, etc.
Siempre le digo que cuando junte algo de dinero iré a San Francisco a conocerlo y él siempre me dice que pronto va a venir a Madrid, aunque por muchas cuestiones nunca hemos podido hacerlo. Sé que nos encontraremos cara a cara algún día, la verdad es que no sé cómo reaccionaremos pero en mi mente siempre nos damos un abrazo enorme, de esos que cuando te das en la espalda te haces hasta daño.
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